LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
· Rito
de la Comunión.
Es un momento muy importante dentro de la
celebración, es la comunión con el Cristo que se nos da bajo los signos de pan
y vino. Toda la celebración eucarística conduce hacia este momento. Este
conjunto de signos manifiesta el aspecto de Cena Pascual.
En el rito
de la comunión podemos notar claramente los siguientes momentos:
-
Padre
Nuestro:
Todos somos invitados a rezar la oración por
excelencia, que el mismo Cristo nos enseñó.
El sacerdote añade un motivación antes de rezar
el Padre Nuestro: “Fieles a la
recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a
decir...”, en ese momento somos invitados a rezar la
oración de los hijos de Dios: El Padre Nuestro, que es signo de filiación, la
plegaria del Señor, la plegaria de los hijos al Padre.
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea
tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Muchas personas desean emplear con gestos esa
“disposición”, esa “entrega” hacia el Padre. Por esto algunos elevan sus manos
en esta oración, otros las abren una sobre la otra, mientras otros prefieren
“disponer” su corazón.
Estas posturas son buenas y lindas, pero no deben
olvidar su verdadero valor. Además, en la liturgia no está prescrito en el
Padre Nuestro esta postura, pues es quien preside la celebración quien ofrece y
recoge todas nuestras súplicas. Generalmente, la elevación de las manos, es un
signo de quien preside la Eucaristía.
-
Rito de la
Paz:
Con este gesto se implora la paz y la unidad para
la Iglesia y la familia humana entera en caridad, antes de participar del mismo
Pan.
En este rito de la paz, el sacerdote pronuncia
algunas oraciones, pidiendo la paz en el mundo entero. Este rito culmina con el
saludo de la paz de todos quienes celebran el Santo Sacrificio de la Misa.
Este rito se inicia pidiendo al Señor que nos
libre de pecado y nos dé la paz:
“Líbranos,
Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de
toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo”.
Inmediatamente, la asamblea proclama la gloria de
Cristo, respondiendo: “Tuyo es el
Reino, tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor”.
En la siguiente oración, el sacerdote nos
recuerda el mensaje de paz expresado por Jesús a sus apóstoles, además de pedir
para la Iglesia unidad y Paz: “Señor
Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ¨La paz os dejo, mi paz os doy¨ no
tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu
palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos”, a lo que todos juntos respondemos “Amén”.
Dios quiere que recibamos su paz: “La paz del Señor esté siempre con ustedes”, nosotros respondemos: “Y con tu espíritu”, pero por sobre todo, desea que la compartamos con otras personas: “Deséense fraternalmente el saludo de la paz”.
Solamente esta última invitación a transmitir la
paz puede decirla, también, el diácono.
Unos a otros nos deseamos una vida llena del
Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los que están a nuestro
alrededor, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a
todos los presentes en la Misa.
El gesto de la paz es signo de la fraternidad
hecho por toda la asamblea. Debe llevar a trabajar por la paz y la unidad.
Este saludo
de la paz, en las misas de los días de semana, puede ser omitido por el
sacerdote; no así el rito de la paz.
-
Fracción del
Pan:
Significa que nosotros que somos muchos, en la
comunión con Cristo nos hacemos un solo Cuerpo.
Es un momento muy expresivo y simbólico (debería
serlo), toda la asamblea participa del único pan que es Jesucristo.
Se hace un solo cuerpo manifestando
significativamente la unidad y la fraternidad en torno al Señor.
Después de deseada la paz, el sacerdote toma la
Hostia, la parte encima de la patena y deja caer un pedacito en el cáliz, y
dice en voz baja: “Esta unión del
Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo sea para nosotros prenda de vida
eterna”.
La unión del Cuerpo con la Sangre de Cristo se
llama INMIXTIÓN.
El sacerdote hace los mismos gestos que realizó
Jesús en la Última Cena, y se aclama el Cordero de Dios.
Recordemos que cada trocito de la Hostia contiene
en su totalidad el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.
El gesto de partir la Hostia, se expresa en el
gesto que realizó Jesús en la Última Cena, al querer que todos comieran del
mismo pan.
- Cordero
de Dios: Mientras se hace la fracción del Pan, nos dirigimos
a Cristo con el título que le dio San Juan Bautista: CORDERO DE DIOS. Este se
puede rezar o cantar.
El sacerdote dice después, con las manos juntas y
en voz baja: “Señor Jesucristo, la
comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y
condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma cuerpo
y como remedio saludable”.
Inmediatamente partida la Hostia, el sacerdote la
eleva y la muestra a la asamblea; y añade las palabras de Juan Bautista en el
río Jordán: “Este es el cordero de
Dios, que quita los pecados del mundo...”, y agrega: “Dichosos los
invitados a esta cena”.
Con mucha humildad, y reconociendo que no somos
dignos, decimos las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme”.
Es el
momento en que el sacerdote comulga con el Cuerpo y Sangre de Cristo. “El Cuerpo y la Sangre de Cristo guarde nuestra alma
para la vida eterna. Amén”.
-
Sagrada
Comunión:
Es el momento en que la celebración llega a su
objetivo final. Signo de amor y caridad. Los que comemos un mismo pan formamos
un solo cuerpo. Signo de incorporación a Cristo y a la Iglesia. “Dichosos los
llamados a esta Cena” (Apocalipsis 19, 9) “Donde nos compenetramos con Cristo y
entre nosotros mismos”, realizando así el designio divino de reunir el universo
entero bajo una sola cabeza: Cristo (Efesios 1, 10).
El Señor nos dirige un invitación urgente a
recibirle en el sacramento de la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si
no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida
en vosotros” (Jn 6, 53).
La comunión aumenta la unión con Cristo.
Conserva, aumenta y renueva las gracias del bautismo. Te separa del pecado
ayudándote a no cometer más pecados futuros. Reaviva tu amor hacia los demás.
Realiza la unión de todos los cristianos con Cristo, haciéndolos una sola
familia.
Nadie es digno de recibir a Jesús, porque Él es
el Santo de Dios, pero por su infinita
misericordia se compadece de nuestra pobreza de espíritu y quiere ardientemente
que lo recibamos.
Para comulgar a Jesús, debemos estar en gracia de
Dios, esto significa no haberlo ofendido gravemente. San Pablo exhorta a un
examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues,
cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin
discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Co. 11, 27-29).
Entonces, quien tiene conciencia de estar en
pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse
a comulgar.
También, el que va a recibir a Jesús, debe creer
firmemente de que Él está presente en la Sagrada Hostia.
Además, el que va a comulgar, debe guardar ayuno
por lo menos una hora antes, exceptuando a los enfermos, a los ancianos y a los
niños más pequeños (el agua y las medicinas no rompen el ayuno).
- Canto de Comunión: La unión de voces expresa la unión espiritual; La procesión de los que
reciben el Cuerpo de Cristo se llena de alegría. Si no hay canto se recita una
antífona.
- Acción de Gracias: Finalizada la comunión, y mientras el sacerdote Purifica el cáliz, es
decir, mientras consume todas las posibles partículas existentes en el cáliz y
en la patena, debemos tener un pequeño momento de recogimiento, que algunas
veces es acompañado por un canto.
Este es el momento de una acción de gracias,
momento de silencio, en el cual cada uno conversa personalmente con Dios.
-
Oración
después de la Comunión o Final:
El sacerdote, si lo desea, antes de iniciar esta
oración, puede leer una pequeña antífona tomada de oraciones y salmos (Antífona
después de la Comunión).
El Sacerdote nos invita a elevar todos juntos
nuestra oración de agradecimiento en una sola. Dice: “Oremos”, y nosotros nos
ponemos de pie. En este momento el sacerdote dice una pequeña oración para que
los frutos del Misterio celebrado sean copiosos.
La oración finaliza: “...Por Jesucristo Nuestro Señor”. Respondemos “Amén”.
EUCARISTÍA
Es misterio.
Es sacramento.
Es sacrificio.
Como misterio, se cree.
Como sacramento, se recibe.
Como sacrificio, se ofrece.
Se propone al entendimiento como misterio.
Se da al alma como alimento.
Se ofrece a Dios como homenaje.
Como misterio, anonada.
Como sacramento alimenta.
Como sacrificio, redime.
Como misterio, es admirable.
Como sacramento, es deleitable.
Como sacrificio, es inefable.
Como misterio, es impenetrable.
Como sacramento, es presencia real.
Como sacrificio, alimenta.
Como sacramento, es sabrosísimo.
Como sacrificio, es valiosísimo.
Como misterio, debo meditarlo.
Como sacramento, debo gustarlo.
Como sacrificio, debo apreciarlo sobre todo.
Es misterio de fe. Debo creerlo.
Es sacramento de amor. Debo amarlo.
Es sacrificio de Dios. Debo confiar en él.
Como misterio se esconde, en el Sagrario.
Como sacramento, alimenta
es convite, es comunión.
Como sacrificio, se inmola,
es víctima, es la Santa Misa.
¡Oh misterio Adorable! El Sagrario será mi
refugio.
¡Oh Sacramento Dulcísimo! Comulgar será mi mayor
deseo.
¡Oh Sacrificio Estupendo! La Misa será mi
prioridad de vida.
RITOS FINALES O CONCLUSIVOS
Es un momento breve y sencillo, pero
significativo. Este es el último momento de la Santa Misa. Aquí el sacerdote,
después del saludo, nos da su bendición, con sus ojos y sus manos elevadas
hacia el cielo, imitando el gesto de Jesús. Esta bendición se hace invocando a
la Santísima Trinidad.
Antes de la bendición, es oportuno dar aquellos
avisos que llevan a edificar la comunidad.
La inclusión es una forma poética, por la que al
final vuelve al principio. No es rara en los salmos, por ejemplo, en el 102,
que empieza y termina diciendo: “Bendice,
alma mía, al Señor”. También
ocurre así en la Misa.
· Saludo
y Bendición Final.
Al finalizar la misa, en efecto, se vuelve al
saludo de su comienzo: “El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo
diciendo: El Señor esté con ustedes; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu”.
Y si la celebración se inició en el nombre de la
Santísima Trinidad y en el signo de la cruz, también en este Nombre y signo va
a concluirse: “En seguida el sacerdote añade: la bendición de Dios todopoderoso –haciendo aquí la señal + de la
bendición–, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes”. Y todos responden: Amén”.
El saludo y bendición final es lo central de la
despedida. Es una bendición descendente que significa en el Antiguo Testamento,
la efusión de Dios hacia la creación como fuente de vida, de fuerza vital,
fecundidad. Se acompaña del signo de la cruz que es como el gesto de la
“imposición de las manos”.
Algunas veces, quien preside puede hacer una
bendición solemne, es decir, extiende sus manos hacia la asamblea, indicando la
imposición de las manos, y lee tres pequeñas oraciones bendicionales, al final
de las cuales hacemos nuestro acto de fe respondiendo “Amén”.
· Despedida
y envío (Misión).
Son las palabras finales. La comunidad
convertida, sale a realizar su misión, dando testimonio de Cristo en medio del
mundo.
La palabra Misa, que procede de missio (misión, envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de
los nombres de la eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el envío de los cristianos
al mundo.
Así como Cristo envía a sus discípulos antes
de ascender a los cielos (cf. Mc 16, 15; Mt 28, 19), ahora el mismo Cristo, al
concluir la eucaristía, por medio del sacerdote que actúa en su nombre y le
visibiliza, envía a todos los fieles, para que vuelvan a su vida
ordinaria, y en ella anuncien siempre la Buena Noticia con palabras y más aún
con obras.
“Pueden
ir en la Paz de Cristo”, es una
fórmula de envío. Este envío puede ser realizado, también, por un diácono.
Respondemos a la despedida y al envío: “Demos gracias a Dios”.
Entonces el sacerdote, según costumbre, venera el
altar (como al principio de la Misa) con un beso y, hecha la debida reverencia
o venia, se retira (OGMR 124-125).
Al terminar la celebración comienza una tarea
para cada uno: somos
enviados como Apóstoles a construir su Reino. La Misa se continúa celebrando en la Vida.
RESUMEN LA EUCARISTÍA
Estructura general de la Misa
RITOS INICIALES
• Canto de entrada
• Saludo
• Rito
Penitencial
• Gloria
(Domingos o Fiestas)
• Oración
Colecta
LITURGIA
DE LA PALABRA
• Primera
Lectura
• Salmo
• Segunda
Lectura (Domingos o Fiestas)
• Evangelio
• Homilía
• Credo
• Oración
Universal
LITURGIA
EUCARÍSTICA
• Ofertorio
• Plegaria
Eucarística
- Prefacio
- Santo
- Relato
de la Institución y Consagración
- Anamnesis:
Memorial de Cristo.
• Rito
de la Comunión
- Padre
Nuestro
- Rito
de la Paz
- Fracción
del Pan
- Cordero
de Dios
- Comunión
- Acción
de Gracias
- Oración
Después de la Comunión.
RITOS
FINALES
• Bendición
• Despedida
y Envío.
Reflexionemos
¿Qué hago yo en la Misa?
Oro: Oraciones al comienzo – Gloria – Credo – Padre nuestro – Cordero de
Dios.
Escucho: Lecturas bíblicas – Homilía – Oración Eucarística (Canon)
Presento: Las ofrendas de pan y vino
Sacrifico: El Cristo que murió en la cruz lo ofrezco al Padre Eterno
Recibo: El cuerpo y la sangre de Cristo en la Comunión.
Resumen del Catecismo
de la Iglesia Católica
(Nº 1406 al Nº 1419)
Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi
Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 51. 54. 56).
La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida
de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su
sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la
cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la
salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
La celebración eucarística comprende siempre: la
proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos
sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del
vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y
de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de
culto.
La Eucaristía es el memorial de la Pascua de
Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y
la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.
Es Cristo mismo, sumo y eterno sacerdote de la
Nueva alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio
eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies
del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden
presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en
el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Los signos esenciales del sacramento eucarístico
son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del
Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas
por Jesús en la última Cena: “Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros... Este
es el cáliz de mi Sangre...”.
Por la consagración se realiza la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo
las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso,
está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su
Sangre, su alma y su divinidad.
En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida
también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para
obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
El que quiere recibir a Cristo en la Comunión
eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber
pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido
previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
La sagrada comunión del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados
veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre
el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento
fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
La Iglesia recomienda vivamente a los fieles
reciban la sagrada comunión cada vez que participan en la celebración de la
Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
Puesto que Cristo mismo está presente en el
Sacramento del Altar, es preciso honrarlo con culto de adoración. “La visita al
Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de
adoración hacia Cristo, nuestro Señor”.
Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en
la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a Él: la participación
en el santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas
a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos
une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a
todos los santos.
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