miércoles, 25 de octubre de 2017

13d. Partes de la Santa Misa - Cuarta parte

LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
·      Rito de la Comunión.

Es un momento muy importante dentro de la celebración, es la comunión con el Cristo que se nos da bajo los signos de pan y vino. Toda la celebración eucarística conduce hacia este momento. Este conjunto de signos manifiesta el aspecto de Cena Pascual.
 
En el rito de la comunión podemos notar claramente los siguientes momentos:

-        Padre Nuestro:
Todos somos invitados a rezar la oración por excelencia, que el mismo Cristo nos enseñó.

El sacerdote añade un motivación antes de rezar el Padre Nuestro: “Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir...”, en ese momento somos invitados a rezar la oración de los hijos de Dios: El Padre Nuestro, que es signo de filiación, la plegaria del Señor, la plegaria de los hijos al Padre.

Padre nuestro, que estás en el cielo, 
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, 
como también nosotros perdonamos 
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal. Amén.

Muchas personas desean emplear con gestos esa “disposición”, esa “entrega” hacia el Padre. Por esto algunos elevan sus manos en esta oración, otros las abren una sobre la otra, mientras otros prefieren “disponer” su corazón.

Estas posturas son buenas y lindas, pero no deben olvidar su verdadero valor. Además, en la liturgia no está prescrito en el Padre Nuestro esta postura, pues es quien preside la celebración quien ofrece y recoge todas nuestras súplicas. Generalmente, la elevación de las manos, es un signo de quien preside la Eucaristía.

-        Rito de la Paz:
 
Con este gesto se implora la paz y la unidad para la Iglesia y la familia humana entera en caridad, antes de participar del mismo Pan.

En este rito de la paz, el sacerdote pronuncia algunas oraciones, pidiendo la paz en el mundo entero. Este rito culmina con el saludo de la paz de todos quienes celebran el Santo Sacrificio de la Misa.

Este rito se inicia pidiendo al Señor que nos libre de pecado y nos dé la paz:
Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.

Inmediatamente, la asamblea proclama la gloria de Cristo, respondiendo: “Tuyo es el Reino, tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor”.

En la siguiente oración, el sacerdote nos recuerda el mensaje de paz expresado por Jesús a sus apóstoles, además de pedir para la Iglesia unidad y Paz: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ¨La paz os dejo, mi paz os doy¨ no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”, a lo que todos juntos respondemos “Amén”.

Dios quiere que recibamos su paz: “La paz del Señor esté siempre con ustedes”, nosotros respondemos: “Y con tu espíritu”, pero por sobre todo, desea que la compartamos con otras personas: “Deséense fraternalmente el saludo de la paz”.

Solamente esta última invitación a transmitir la paz puede decirla, también, el diácono.
Unos a otros nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los que están a nuestro alrededor, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a todos los presentes en la Misa.

El gesto de la paz es signo de la fraternidad hecho por toda la asamblea. Debe llevar a trabajar por la paz y la unidad.

Este saludo de la paz, en las misas de los días de semana, puede ser omitido por el sacerdote; no así el rito de la paz.
 
-        Fracción del Pan:

Significa que nosotros que somos muchos, en la comunión con Cristo nos hacemos un solo Cuerpo.

Es un momento muy expresivo y simbólico (debería serlo), toda la asamblea participa del único pan que es Jesucristo.

Se hace un solo cuerpo manifestando significativamente la unidad y la fraternidad en torno al Señor.

Después de deseada la paz, el sacerdote toma la Hostia, la parte encima de la patena y deja caer un pedacito en el cáliz, y dice en voz baja: “Esta unión del Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo sea para nosotros prenda de vida eterna”.

La unión del Cuerpo con la Sangre de Cristo se llama INMIXTIÓN.

El sacerdote hace los mismos gestos que realizó Jesús en la Última Cena, y se aclama el Cordero de Dios.

Recordemos que cada trocito de la Hostia contiene en su totalidad el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.

El gesto de partir la Hostia, se expresa en el gesto que realizó Jesús en la Última Cena, al querer que todos comieran del mismo pan.

- Cordero de Dios: Mientras se hace la fracción del Pan, nos dirigimos a Cristo con el título que le dio San Juan Bautista: CORDERO DE DIOS. Este se puede rezar o cantar.

El sacerdote dice después, con las manos juntas y en voz baja: “Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma cuerpo y como remedio saludable”.

Inmediatamente partida la Hostia, el sacerdote la eleva y la muestra a la asamblea; y añade las palabras de Juan Bautista en el río Jordán: “Este es el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo...”, y agrega: “Dichosos los invitados a esta cena”.

Con mucha humildad, y reconociendo que no somos dignos, decimos las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

Es el momento en que el sacerdote comulga con el Cuerpo y Sangre de Cristo. “El Cuerpo y la Sangre de Cristo guarde nuestra alma para la vida eterna. Amén”.
 
-        Sagrada Comunión:

Es el momento en que la celebración llega a su objetivo final. Signo de amor y caridad. Los que comemos un mismo pan formamos un solo cuerpo. Signo de incorporación a Cristo y a la Iglesia. “Dichosos los llamados a esta Cena” (Apocalipsis 19, 9) “Donde nos compenetramos con Cristo y entre nosotros mismos”, realizando así el designio divino de reunir el universo entero bajo una sola cabeza: Cristo (Efesios 1, 10).

El Señor nos dirige un invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

La comunión aumenta la unión con Cristo. Conserva, aumenta y renueva las gracias del bautismo. Te separa del pecado ayudándote a no cometer más pecados futuros. Reaviva tu amor hacia los demás. Realiza la unión de todos los cristianos con Cristo, haciéndolos una sola familia.

Nadie es digno de recibir a Jesús, porque Él es el Santo de Dios, pero por  su infinita misericordia se compadece de nuestra pobreza de espíritu y quiere ardientemente que lo recibamos.

Para comulgar a Jesús, debemos estar en gracia de Dios, esto significa no haberlo ofendido gravemente. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Co. 11, 27-29).

Entonces, quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

También, el que va a recibir a Jesús, debe creer firmemente de que Él está presente en la Sagrada Hostia.

Además, el que va a comulgar, debe guardar ayuno por lo menos una hora antes, exceptuando a los enfermos, a los ancianos y a los niños más pequeños (el agua y las medicinas no rompen el ayuno).

- Canto de Comunión: La unión de voces expresa la unión espiritual; La procesión de los que reciben el Cuerpo de Cristo se llena de alegría. Si no hay canto se recita una antífona.

- Acción de Gracias: Finalizada la comunión, y mientras el sacerdote Purifica el cáliz, es decir, mientras consume todas las posibles partículas existentes en el cáliz y en la patena, debemos tener un pequeño momento de recogimiento, que algunas veces es acompañado por un canto.

Este es el momento de una acción de gracias, momento de silencio, en el cual cada uno conversa personalmente con Dios.
-        Oración después de la Comunión o Final:

El sacerdote, si lo desea, antes de iniciar esta oración, puede leer una pequeña antífona tomada de oraciones y salmos (Antífona después de la Comunión).

El Sacerdote nos invita a elevar todos juntos nuestra oración de agradecimiento en una sola. Dice: “Oremos”, y nosotros nos ponemos de pie. En este momento el sacerdote dice una pequeña oración para que los frutos del Misterio celebrado sean copiosos.

La oración finaliza: “...Por Jesucristo Nuestro Señor”. Respondemos “Amén”.

EUCARISTÍA
Es misterio.
Es sacramento.
Es sacrificio.
Como misterio, se cree.
Como sacramento, se recibe.
Como sacrificio, se ofrece.
Se propone al entendimiento como misterio.
Se da al alma como alimento.
Se ofrece a Dios como homenaje.
Como misterio, anonada.
Como sacramento alimenta.
Como sacrificio, redime.
Como misterio, es admirable.
Como sacramento, es deleitable.
Como sacrificio, es inefable.
Como misterio, es impenetrable.
Como sacramento, es presencia real.
Como sacrificio, alimenta.
Como sacramento, es sabrosísimo.
Como sacrificio, es valiosísimo.
Como misterio, debo meditarlo.
Como sacramento, debo gustarlo.
Como sacrificio, debo apreciarlo sobre todo.
Es misterio de fe. Debo creerlo.
Es sacramento de amor. Debo amarlo.
Es sacrificio de Dios. Debo confiar en él.
Como misterio se esconde, en el Sagrario.
Como sacramento, alimenta
es convite, es comunión.
Como sacrificio, se inmola,
es víctima, es la Santa Misa.
¡Oh misterio Adorable! El Sagrario será mi refugio.
¡Oh Sacramento Dulcísimo! Comulgar será mi mayor deseo.
¡Oh Sacrificio Estupendo! La Misa será mi prioridad de vida.


RITOS FINALES O CONCLUSIVOS

Es un momento breve y sencillo, pero significativo. Este es el último momento de la Santa Misa. Aquí el sacerdote, después del saludo, nos da su bendición, con sus ojos y sus manos elevadas hacia el cielo, imitando el gesto de Jesús. Esta bendición se hace invocando a la Santísima Trinidad.

Antes de la bendición, es oportuno dar aquellos avisos que llevan a edificar la comunidad.

La inclusión es una forma poética, por la que al final vuelve al principio. No es rara en los salmos, por ejemplo, en el 102, que empieza y termina diciendo: “Bendice, alma mía, al Señor”. También ocurre así en la Misa.

·      Saludo y Bendición Final.
Al finalizar la misa, en efecto, se vuelve al saludo de su comienzo: “El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Señor esté con ustedes; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu”.
Y si la celebración se inició en el nombre de la Santísima Trinidad y en el signo de la cruz, también en este Nombre y signo va a concluirse: “En seguida el sacerdote añade: la bendición de Dios todopoderoso –haciendo aquí la señal + de la bendición–, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes”. Y todos responden: Amén”.

El saludo y bendición final es lo central de la despedida. Es una bendición descendente que significa en el Antiguo Testamento, la efusión de Dios hacia la creación como fuente de vida, de fuerza vital, fecundidad. Se acompaña del signo de la cruz que es como el gesto de la “imposición de las manos”.

Algunas veces, quien preside puede hacer una bendición solemne, es decir, extiende sus manos hacia la asamblea, indicando la imposición de las manos, y lee tres pequeñas oraciones bendicionales, al final de las cuales hacemos nuestro acto de fe respondiendo “Amén”.
  
·      Despedida y envío (Misión).

Son las palabras finales. La comunidad convertida, sale a realizar su misión, dando testimonio de Cristo en medio del mundo.

La palabra Misa, que procede de missio (misión, envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de los nombres de la eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el envío de los cristianos al mundo.

Así como Cristo envía a sus discípulos antes de ascender a los cielos (cf. Mc 16, 15; Mt 28, 19), ahora el mismo Cristo, al concluir la eucaristía, por medio del sacerdote que actúa en su nombre y le visibiliza, envía a todos los fieles, para que vuelvan a su vida ordinaria, y en ella anuncien siempre la Buena Noticia con palabras y más aún con obras.

Pueden ir en la Paz de Cristo”, es una fórmula de envío. Este envío puede ser realizado, también, por un diácono. Respondemos a la despedida y al envío: “Demos gracias a Dios”.
Entonces el sacerdote, según costumbre, venera el altar (como al principio de la Misa) con un beso y, hecha la debida reverencia o venia, se retira (OGMR 124-125).

Al terminar la celebración comienza una tarea para cada uno: somos enviados como Apóstoles a construir su Reino. La Misa se continúa celebrando en la Vida.

RESUMEN LA EUCARISTÍA

Estructura general de la Misa


RITOS INICIALES

Canto de entrada
Saludo
Rito Penitencial
Gloria (Domingos o Fiestas)
Oración Colecta

LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura
Salmo
Segunda Lectura (Domingos o Fiestas)
Evangelio
Homilía
Credo
Oración Universal
  
LITURGIA EUCARÍSTICA
Ofertorio
Plegaria Eucarística

- Prefacio
- Santo
- Relato de la Institución y Consagración
- Anamnesis: Memorial de Cristo.
Rito de la Comunión
- Padre Nuestro
- Rito de la Paz
- Fracción del Pan
- Cordero de Dios
- Comunión
- Acción de Gracias
- Oración Después de la Comunión.

RITOS FINALES
Bendición
Despedida y Envío.


Reflexionemos
¿Qué hago yo en la Misa?
Oro: Oraciones al comienzo – Gloria – Credo – Padre nuestro – Cordero de Dios.
Escucho: Lecturas bíblicas – Homilía – Oración Eucarística (Canon)
Presento: Las ofrendas de pan y vino
Sacrifico: El Cristo que murió en la cruz lo ofrezco al Padre Eterno
Recibo: El cuerpo y la sangre de Cristo en la Comunión.


Resumen del Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 1406 al Nº 1419)

Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 51. 54. 56).

La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.

La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.

Es Cristo mismo, sumo y eterno sacerdote de la Nueva alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.

Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última Cena: “Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre...”.

Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad.

En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.

El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.

La sagrada comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

La Iglesia recomienda vivamente a los fieles reciban la sagrada comunión cada vez que participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.

Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar, es preciso honrarlo con culto de adoración. “La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor”.


Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a Él: la participación en el santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos.

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