miércoles, 25 de octubre de 2017

15. El lector

Uno de los ministerios litúrgicos más importantes que se puede ejercitar en la celebración es el de proclamar las lecturas. Junto con el salmista y el predicador de la homilía, el lector ayuda a la comunidad cristiana a escuchar en las mejores condiciones posibles la Palabra de Dios y acogerla como dicha hoy y aquí para cada uno de los creyentes.

No es fácil leer. Leer bien es re-crear, dar vida a un texto, dar voz a un autor. Es transmitir a la comunidad de los fieles lo que Dios les quiere decir hoy, aunque el texto pertenezca a los libros antiguos. Leer es pronunciar palabras, pero sobre todo decir un mensaje vivo.

Más que “leer”, se trata de “proclamar” expresivamente la Palabra. Pro-clamar es pronunciar, promulgar delante de la asamblea que escucha. No es mera lectura personal, o información, o clase. Es un ministerio que se realiza dentro de una celebración, y  el mismo hecho de leer en público para esta comunidad de creyentes es todo un gesto de culto, un servicio litúrgico, realizado con fe y desde la fe.

Una de las primeras condiciones de un buen lector es que recuerde que en este ministerio él es simplemente -y nada menos- un mediador entre el Dios que dirige su Palabra y la comunidad cristiana que la escucha y la hace suya. Lo que él trasmite a sus hermanos no es palabra suya ni tampoco de la Iglesia, sino de Dios.

VADEMÉCUM DEL BUEN LECTOR
                
I.      CONOCER Y ENTENDER DEL TEXTO

1.   ¿Quién habla en el texto? ¿A quién habla? ¿Acerca de qué? ¿Con qué finalidad?
2.   ¿Qué clase de texto es? ¿Un relato? ¿Una exhortación? ¿Un diálogo? ¿Una oración? ¿Una acusación?
3.   ¿Qué sienten las personas que encontramos en el texto?
4.   ¿Hay en este pasaje algunas palabras difíciles de entender? ¿Qué significan?
5.   ¿Se divide el texto en varias partes? ¿Dónde comienza y termina cada parte?

II.         PREPARAR LA EXPRESIÓN DE LA LECTURA

6.      ¿Cuáles son las palabras más importantes y las frases principales a subrayar en el pasaje?
7.      ¿Dónde hay que hacer una pausa breve y dónde una pausa más prolongada?
8.      ¿Dónde hay que evitar de hacer una pausa?
9.      ¿Cuál es el tono de voz (o los varios tonos de voz) que conviene para este texto?
10.   ¿Cuál es el ritmo que debo usar en cada parte del texto (más lento o más acelerado aunque nunca de prisa?
11.   Pronunciar bien cada palabra y cada sílaba. Vocalizar bien.
12.   Evitar el defecto de bajar demasiado el volumen de la voz al final de las frases.
13.   Para estar seguro, prepararse antes y repetir la lectura en voz alta. Varias veces.

III.        EXPRESAR LOS SENTIMIENTOS DEL AUTOR Y DE LOS PERSONAJES

14.   No se trata de declamar o de dramatizar. La lectura o proclamación no es una representación teatral, y hay que evitar atraer la atención del que escucha sobre la persona del lector en vez que sobre la Palabra de Dios. Pero el lector no debe permanecer indiferente a lo que está leyendo. Debe leer de tal manera que lo que está proclamando “acontezca” a la vista de los oyentes. Mediante su  entonación debe hacer llegar a los oyentes los sentimientos expresados en el texto. La “Liturgia de la Palabra” debe ser “celebración de la Palabra”

IV.  AVERIGUAR ALGUNOS ASPECTOS DE LA CELEBRACIÓN


15.   ¿Se encuentra el Leccionario (¡nada de folletos u hojas sueltas!) en el ambón? ¿Está abierto en la página que corresponde?
16.   ¿Está ya conectado y a buena altura el micrófono? (si no, hacer que lo conecten, arreglar la altura...) Para no tener que dar los golpes de rigor al micrófono a la hora de empezar la lectura...
17.   ¿A qué distancia del micrófono hay que poner la boca para que la voz se oiga bien?        

V.         SABER IR AL AMBÓN


18.   Situarse ya desde el inicio de la celebración en un lugar no muy lejos del ambón.
19.   No desplazarse hacia el ambón hasta que se haya terminado lo que precede (canto, oración, monición).
20.   Avanzar con un paso normal, sin ostentación ni precipitación; no con rigidez, sino con una digna naturalidad.

VI.  LA POSTURA DEL LECTOR

21.   Los pies bien plantados y firmes. Evitar balancearse o poner un pie hacia atrás.
22.   Nada de brazos colgantes o cruzados o de manos en los bolsillos. Las manos se pueden tener juntas, o se pueden colocar en las orillas laterales del ambón, tocándolas ligeramente (no apoyándose en ellas), sin tocar el mismo Leccionario, para que en poco tiempo no esté todo untuoso...

VII.     PRESENTACIÓN DEL LECTOR

23.   No debe llevar nada que pueda distraer u ofender a los presentes, ni por ostentoso, ni por descuidado y poco conveniente o ridículo (ciertas camisetas con anuncios inconvenientes, vestidos desarreglados o sucios, pelo “huracanado”...). Tener criterio y presentarse como una persona educada y normal.

VIII.    INMEDIATAMENTE ANTES DE COMENZAR

24.   Una breve pausa para mirar a la asamblea, a fin de tenerla en la mente, puesto que es a ella a quien se habla, y también para establecer un contacto directo con ella antes de comenzar la proclamación.
25.   Tomar buena respiración.
26.   No iniciar nunca la lectura antes de que toda la asamblea esté tranquila y se haya creado un clima de silencio y de atención (por ejemplo esperar que todos se hayan sentado tranquilamente).

IX.    LEER EL TÍTULO

27.  Leer solamente el título bíblico, sin añadir nada más. No se dice “primera lectura”, o “segunda lectura”, o “salmo responsorial”. Ni se dice “capítulo” o “versículo”. No se lee el subtítulo o la frase en rojo que en el Leccionario precede la lectura.
28.   Después de leer el título, hacer una breve pausa antes de seguir proclamando el texto.

X.      LEER LENTAMENTE


29.   En general, se lee demasiado rápido y no se hacen las pausas debidas, siguiendo la puntuación y la lógica del texto. Hay que recordar que el oyente no es una grabadora, sino una mente humana, que debe tener el tiempo de sentir, de reaccionar, de oír, de entender, de coordinar y asimilar lo que oye. Cuando el lector tiene la impresión de leer demasiado despacio y de hacer pausas demasiado prolongadas, todavía suele estar leyendo rápido o apenas lo suficientemente lento...

XI.   LEER CON LA CABEZA ALTA

30.   Leer mostrando el rostro, y no la coronilla, a la asamblea. Al leer con la cabeza alta, la misma voz resulta más clara y fuerte, y no se dirige hacia el libro, sino hacia la comunidad, a la que se quiere comunicar el contenido del texto.
31.   Si el ambón es demasiado bajo, es mejor levantar el libro con las manos, pero no bajar la cabeza.

XII.     ¿CÓMO TERMINAR LA LECTURA?

32.   Hacer una pausa después de la última frase, antes de decir “Palabra de Dios”.
33.   Decir simplemente “¡Palabra de Dios!”, y nada más (por ejemplo: “Hermanos, esta es Palabra de Dios” o expresiones parecidas). Se trata de una aclamación (“¡Palabra de Dios!”), no de una afirmación o de una explicación (“Es Palabra de Dios”)
34.   Escuchar desde el ambón, sin retirarse todavía, la respuesta de la asamblea, incluso cuando sea una aclamación cantada.
35.   Abrir el Leccionario en la página del salmo responsorial o de la siguiente lectura, para dejarlo todo listo para el que sigue.
36.   Volver al sitio con paso normal, caminando con calma y firmeza, con naturalidad. No hace falta quedarse allí para acompañar al siguiente lector.

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