¿PORQUÉ CELEBRAMOS?
Los cristianos
celebramos por fe. “Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo:
"Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia
tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la
práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa
"creer".
La fe
es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al
mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su
vida”. (Catecismo de la
Iglesia Católica, CEC 26).
Entre todos los
símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:
“Nuestra
exposición de la fe seguirá el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por
así decirlo, "el más antiguo catecismo romano". No obstante, la
exposición será completada con referencias constantes al Símbolo Niceno
Constantinopolitano, que con frecuencia es más explícito y más detallado”. (CEC 196)
¿Qué es
fe? ¿Qué significa creer hoy en día?
Audiencia del Papa
Benedicto XVI (Oct.24 de 2012)
En efecto, en nuestro tiempo
es necesaria una educación renovada en la fe, que abarque el conocimiento de
sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que, en primer lugar,
nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar
en Él, de modo que abrace toda nuestra vida.
En la actualidad,
junto con tantos signos buenos, crece también en nuestro alrededor un desierto
espiritual. A veces, se tiene la sensación –ante ciertos acontecimientos de los
que recibimos noticias cada día– de que el mundo no se encamina hacia la
construcción de una comunidad más fraterna y pacífica, las mismas ideas de
progreso y bienestar muestran también sus sombras.
A pesar de la grandeza
de los descubrimientos de la ciencia y de los avances de la tecnología, el hombre
de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas
formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de
injusticia.
Además, un cierto tipo
de cultura ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, en aquello
que es posible, a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Pero
por otro lado, aumenta también el número de personas que se sienten
desorientadas y que tratan de ir más allá de una visión puramente horizontal de
la realidad, que están dispuestas a creer en todo y en aquello que es su
contrario.
En este contexto,
surgen nuevamente algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas
de lo que parecen ser a primera vista: ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay futuro para
el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección
orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr un resultado bueno y feliz?
¿Qué nos espera más allá de la muerte?
De estas preguntas que
no se pueden apagar, emerge cómo es que el mundo de la planificación, del
cálculo exacto y de la experimentación, en una palabra, el conocimiento de la ciencia,
si bien son importantes para la vida humana, no es suficiente.
Nosotros necesitamos
no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento
seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso
en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos. La
fe nos dona precisamente esto: en una confiada entrega a un "Tú", que
es Dios, que me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que
proviene del cálculo exacto o de la ciencia.
La fe no es un mero
asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un
acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y que me ama, es
adhesión a un "Tú" que me da esperanza y confianza. Ciertamente, esta
unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha
revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a
cada uno de nosotros.
Aún más, Dios ha
revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros no tiene medida: en la
Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, de la forma
más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo hasta el
sacrificio total.
Con el misterio de la
muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad,
para llevarla nuevamente hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura.
La fe
es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres,
ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de
esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación.
Tener fe, entonces, es
encontrar a ese "Tú," a Dios, que me sostiene y me concede la promesa
de un amor indestructible, que no sólo aspira a la eternidad, sino que la da;
es entregarme a Dios con la actitud confiada de un niño, que sabe que todas sus
dificultades y todos sus problemas están a salvo en el "tú" de la
madre.
Y esta posibilidad de
la salvación por medio de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Creo
que deberíamos meditar más a menudo –en nuestra vida cotidiana, caracterizada
por problemas y situaciones a veces dramáticas– sobre el hecho de que creer
cristianamente implica ese entregarme con confianza al sentido profundo que me
sostiene –a mí y al mundo– ese sentido que no somos capaces de darnos nosotros mismos,
sino que sólo podemos recibir como don, y que es el cimiento sobre el cual
podemos vivir sin miedos.
Y
debemos ser capaces de proclamar y anunciar esta certeza liberadora y
tranquilizadora de la fe, con palabras y nuestras acciones para mostrarla con
nuestra vida como cristianos.
A nuestro alrededor,
sin embargo, vemos cada día que muchas personas son indiferentes o se niegan a
aceptar este anuncio. Al final del Evangelio de Marcos, hoy tenemos palabras
duras del Resucitado que nos dice:
"El
que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará". (Mc 16,16). Se perderá a sí mismo.
Los invito a reflexionar sobre esto.
La confianza en la
acción del Espíritu Santo, siempre nos debe empujar a predicar el Evangelio, a dar
testimonio valiente de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta
positiva al don de la fe,
también existe el riesgo de rechazo del Evangelio, de no querer recibir el
encuentro vital con Cristo.
San Agustín ya ponía este
problema en un comentario sobre la parábola del sembrador:
"Nosotros
hablamos –decía– tiramos
la semilla, esparcimos la semilla. Hay quienes desprecian, hay los que
critican, los que se burlan. Si les tememos, no tenemos nada que sembrar y el
día de la cosecha perderemos la cosecha. Así pues, venga la semilla de la buena
tierra".
El rechazo, por lo
tanto, no nos debe desalentar. Como crisanos, somos testigos de este suelo fértil,
nuestra fe, incluso dentro de nuestros límites, demuestra que hay buena tierra,
donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia,
paz y amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia,
con todos los problemas, demuestra también que existe la tierra buena, existe
la semilla buena que da fruto.
Pero preguntémonos:
¿de dónde saca el hombre aquella apertura de corazón y de la mente para creer
en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo, muerto y resucitado, para
recibir su salvación, para que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la
existencia?
Respuesta: podemos
creer en Dios porque Él viene a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don
del Señor resucitado, nos hace capaces de acoger el Dios vivo. La fe es, pues,
ante todo un don sobrenatural, un don de Dios.
El Concilio Vacano II afirma, cito: "para
profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, y son
necesarios los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y
lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el
aceptar y creer la verdad" (Dei Verbum, 5).
La base de nuestro
camino de fe es el bautismo, el sacramento que nos da el Espíritu Santo, que nos
hace hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la
Iglesia: no se cree, sin prevenir la gracia del Espíritu; y no creemos solos,
sino junto con los hermanos. A partir del Bautismo cada creyente está llamado a
revivir y hacer su propia confesión de fe, junto con sus hermanos.
La fe es un don de
Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. El Catecismo de la
Iglesia Católica lo dice claramente:
"Sólo
es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.
Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es
contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre". (n. 154).
Es más, las implica y
los exalta, en una apuesta de vida que es como un éxodo, es decir: un salir de sí
mismos, de los propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para
confiarse a la acción de Dios que nos muestra su camino para con seguir la
verdadera libertad, nuestra identidad humana, la verdadera alegría de corazón,
la paz con todos.
Creer es confiarse
libremente y con alegría al plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo
el patriarca Abraham, como lo hizo María de Nazaret. La fe es, pues, un consentimiento
con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su "sí" a Dios,
confesando que Jesús es el Señor. Y este "sí" transforma la vida, le
abre el camino hacia una plenitud de sentido, que la hace nueva, rica de
alegría y esperanza fiable.
Queridos amigos,
nuestro tiempo requiere cristianos que han sido aferrados por Cristo, que crezcan
en la fe a través de la familiaridad con las Sagradas Escrituras y los
Sacramentos. Personas que sean casi como un libro abierto que narra la experiencia
de la vida nueva en el Espíritu, la presencia del Dios que nos sostiene en el
camino y nos abre a la vida que no tendrá fin.
TALLER:
1.
Escuchando las opiniones de todos los presentes en el taller, detallar
los aspectos que mejor definan: ¿Qué entendían por fe, antes de leer este
instructivo?
2.
Entonces, ¿Qué es la fe?
3.
¿Qué debe hacer un cristiano para profundizar y fortalecer su fe?
4.
¿Qué elementos, situaciones o actitudes actuales creen ustedes que
atentan contra la fe?
5.
Sólo es posible creer por… ¿Quién?
6.
Discernir: ¿Por qué el Catecismo afirma que “el creer no es contrario ni
a la libertad ni a la inteligencia del hombre”?
7.
¿De qué maneras pueden, cada uno de ustedes, ser “sembradores”?
8.
¿Qué actividades están haciendo actualmente, a nivel parroquial, para
formar a sus fieles?
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